Los jueves Vermigor (sesión 25)

Los jueves Vermigor (sesión 25)

Cambiando de planes a medio camino decidieron ir a buscar la ciudad subterránea que buscaba la reina Vigdis II para poder descansar en ella, en vez de tener que volver a hacer el recorrido hasta la superficie y luego la vuelta hasta dónde se encontraban. Esto los llevó hasta la catedral que habían encontrado anteriormente dónde volvieron a encontrar a la reina y a sus hombres que empezaban a prepararse para volver a Marvalar a poner las cosas en su sitio.

 

La sorpresa de la reina al ver viva a Lauranna de Ermegar fue enorme, hasta tal punto que se olvidó del resto del mundo y se la llevó a parte para poder hablar con ella tranquilamente. Nuestros protagonistas, que estaban realmente muy cansados, aprovecharon que estaban rodeados de la guardia de la reina para poder descansar sin miedo ni necesidad de hacer guardias por una vez. Tras esas horas de descanso la reina fue a hablar con ellos, llevando a Lauranna consigo y les anunció que partía hacia la superficie para poner las cosas en su sitio y que Lauranna iba a ir con ella para poder salir protegida y no arriesgar más su vida. Les explicó también que habían encontrado la ciudad subterránea llamada el pozo y había llegado a la conclusión que no era una amenaza inminente para Marvalar. La reina también preguntó por Solaire, el único noble que había en el grupo la última vez que se encontraron, y escuchó con amargura el relato de su muerte, mientras dos de nuestros aventureros empezaron a oír los ruidos de unas cadenas arrastrándose por el suelo. Primero de manera muy tenue, cómo si no les pareciera cierto lo que oían, pero haciéndose más y más evidente a medida que lo que fuera que arrastraba esas cadenas iba acercándose.

 

El grupo avisó a la reina de la necesidad de huir de manera inmediata y salieron todos por el pasillo que daba al montacargas. Allí se separaron de la Lauranna y Vigdis II y su guardia. Ellas debían volver a la superficie para sacar al senescal de su sitio en el poder de Reino Bosque y los intrépidos aventureros, con una mínima indicación por parte de la guardia de la reina, partía a la búsqueda de la ciudad primero e intentar encontrar la puerta de Nergal después.

 

La huida fue precipitada y desorganizada, sin embargo tenían claro que querían intentar hacer frente ese ser que volvía a amenazarles tras creer que habían acabado con él. Nimue, que recordaba el trazado de la planta del recinto en el que estaban, les llevó por el montacargas, el cementerio, la sala de la runa brillante en el suelo, en la que todos pasaron enganchados a la pared por miedo a pisarla, y llegaron a la sala en la que había pirámides de monedas de oro en el suelo. Nimue avisó a los recién incorporados al grupo que no tocaran ni una moneda y, sorprendentemente, todo el mundo hizo caso. Y tras esa sala, en la puerta por la que iban a salir, decidieron intentar atacar a la criatura.

 

No tardó en llegar ese engendro que levitaba tapado con una capa negra en la que sólo se podían ver unos ojos rojos rodeados de oscuridad y de la que sólo salían cadenas arrastrando por el suelo con las que sabían que podía atacar y atarles para ir matándolos poco a poco. Nimue intentó que tocara lo que creían que eran monedas malditas pero falló. Tras un par de asaltos en que intentaron acabar con él Gunnar decidió que era la hora de la mágia y lanzó una bola de fuego. El hechizo surtió efecto y no sólo acabó con la criatura y las cadenas que iba arrastrando sino que también fundió las monedas de oro que llenaban la sala. Pero un pequeño error de cálculo tuvo consecuencias fatales: lanzar una bola de fuego de seis metros de diámetro en una sala de cuatro metros de anchura no fue muy buena idea y la bola de fuego buscó por dónde salir precisamente por la puerta des de la que estaban atacando a la criatura y Gunnar acabó calcinado por sus propias llamas.

 

Tras la muerte de Gunnar y sabiendo que necesitaban descansar, pues Gunnar no fue el único herido por las llamas, siguieron explorando a la búsqueda del pozo. Llegaron al último lugar al que habían llegado la última vez que estuvieron aquí y siguieron su camino intentando tener en cuenta lo que les había dicho la guardia de la reina. Encontraron primero lo que parecía una antiguo almacén de equipamiento minero del que pudieron salvar algunas pociones variadas (algunas descubrieron qué eran y otras no) y también cuatro frascos de fuego de alquimista, además de unos pergaminos que parecían contener hechizos pero que nadie del grupo era capaz de entender.

 

Llegaron después a lo que parecía ser un antiguo jardín, una sala muy, muy amplia, con parterres perfectamente delimitados pero con todo quemado. Exploraron un poco esa extraña sala en la que todos los vegetales parecían haber sido quemados no hacía mucho tiempo. Jane descubrió en una hoguera lo que parecía ser madera de treant pero al no encontrar nada más, y teniendo en cuenta la situación en la que se encontraban, decidieron olvidarse por el momento de este nuevo misterio y seguir buscando el acceso al pozo. La siguiente puerta por la que pasaron les llevó a una escalera que hacía bajada y llegaron finalmente a una puerta vigilada por un minotauro blanco de ojos rojos, lo que parecía un enano con la barba afeitada y, en un rincón de la sala, encadenada, una hidra de ocho cabezas.

 

No sin antes intentar negociar, pagaron la entrada a la ciudad, mil monedas de oro por cabeza, y tras bajar otro tramo de escaleras pudieron vislumbrar una enorme caverna que albergaba centenares de edificios en su interior. Habían llegado al pozo de los muertos.

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