KRYOS – Una aventura de Agon
Tras años de guerra, los Héroes emprenden el regreso a su hogar. Curtidos en la batalla, victoriosos y con una nave cargada de botín de guerra, su corazón desea volver a ver las costas de su tierra natal. Pero los Dioses, crueles, tienen otros planes para ellos. Una densa bruma los envuelve, enmascarando el sol y las estrellas. El viento y las corrientes los llevan de aquí para allá, sin poder hacer nada para controlar el rumbo. Sólo complaciendo a los Dioses les será revelado, estrella a estrella de sus constelaciones, el camino de regreso.
Atrapados en un mar en completa calma, su superficie como una lámina de plomo, los Héroes descansan bajo cubierta. El jaleo de pelea, cantos marineros y discusiones obscenas los despierta. Huele a vino derramado. La tripulación ha abierto sin su permiso una ánfora de fuerte vino ático, y beben desmesuradamente, sin aguarlo. Unos han empezado a pelearse, otros compiten por ver quién puede beber más. En un rincón del barco, un grupo planea cómo abandonar a los Héroes en la primera isla en la que pongan el pie. Les acusan de ser los culpables de su desdicha y creen que, sin ellos, podrán navegar libremente.
Ante tal amotinamiento, los Héroes deben actuar y restaurar el orden. Agamenón, conocido como el del Piquito de Oro por su capacidad de modular las palabras como el mismísimo Hermes, se mezcla entre ellos y llega hasta donde algunos marineros están poniendo a prueba su resistencia al vino. Se dispone a demostrarles que él puede beber más que ellos, y así dejarlos en ridículo. Eurípida, la Furia, hija de Ares de facciones de león, carga con un ánfora de vino mientras rápidamente trepa por el palo mayor de la nao, ayudada por sus garras de felina. Una vez en lo más alto del mástil, arroja el ánfora sobre la cubierta, rompiéndose y esparciendo el preciado vino. Con un rugido que parte la noche, reclama la atención de los marineros e impone su presencia. “¡Desagradecidos! ¡Os hemos guiado a la victoria, os hemos librado de la muerte! ¿Y así es como nos lo pagáis?”. Los marineros, temerosos, agachan la cabeza, como niños pequeños a los que se les reprende. Mientras tanto, Elektra, Templada en la Batalla, de la estirpe de Artemisa, ha estado apuntando con su arco a la cabeza del líder de los amotinados. Invocando el nombre de su Diosa para que guíe su flecha, dispara. La flecha cruza la cubierta, pasando entre los marineros hasta clavarse con un fuerte estruendo en la popa, a un dedo de la cabeza de aquel que proponía abandonar a los Héroes, que cae arrodillado implorando perdón. “Nos acusáis de guiaros a la muerte, y queréis celebrar la vida”, exclama Elektra. “Pero sin nuestro liderazgo estaréis condenados. Los Dioses quieren algo de nosotros, y sólo podemos dárselo. Empecemos con un sacrificio”. Los marineros vuelven a sus puestos, el orden es restablecido entre la tripulación. Agamenón, vencido por el vino, a punto está de caer por la borda.
Y así se dispone el sacrificio. Elektra dirige el ritual. Eurípida y Agamenón la asisten. La Templada en la Batalla degüella una cabra, y ofrece su sangre mezclada con vino al Señor de las Aguas, Poseidón. No tardan las aguas en abrirse, rota su superficie por un viento que hincha las velas y empuja la nave hacia su nuevo destino. En la espuma de las olas, la Furia cree ver la figura de Poseidón. Elektra, erigida en líder de los Héroes y bajo la influencia de las fuerzas despertadas por el ritual, tiene tres visiones de lo que habrá de venir. La primera, concedida por Hera, reina de los Dioses, consiste en un pavo real, conduciendo a los píos a restaurar lo que fue perdido. En la segunda, Hermes, el dios de los ladrones, le presenta un cuervo posado sobre una pila de riquezas, el botín para aquellos que las merezcan. En la tercera visión, las obras del hombre aparecen derribadas, pilares de piedra derrumbados bajo las aguas. Este es el presagio del mismo Zeus, el señor del cielo.
Tras muchos días de brumas y oscuridad, los Héroes ven la salida del sol. Iluminada por sus rayos aparece una isla de altas cumbres nevadas y acantilados dorados. Cerca de su costa unas oscuras agujas de roca se alzan desde el mar. A su alrededor, por un instante, creen reconocer unas formas aladas de gran envergadura. Agamenón, al verlas, teme que se trate de arpías, las aborrecibles Hijas del Aire. “¡Conozco esa isla!”, dice Zagros el Cíclope, el capitán tuerto del navío. “Se trata de Kryos, rica en oro. Pero es extraño; rara vez pueden verse las cumbres de sus montañas. Un manto de nubes de tormenta las cubre perennemente, lanzando rayos y granizo contra piratas e invasores que quieran mal a sus gentes. Es obra del Pilar de las Tormentas, un artefacto poderoso creado por la propia Hera. O eso dicen”. Según se van acercando, los Héroes pueden distinguir las casas de sus habitantes, de brillantes colores, que descienden por un estrecho valle hasta un puerto natural, único punto de la costa donde los acantilados se interrumpen. Dominando tanto las casas como la playa, sobre un promontorio, se alza un pequeño templo que, a pesar de la distancia, muestra señales de haber visto mejores tiempos.
En la playa los espera un nutrido grupo de gente. Los observan con curiosidad, aunque es evidente que algo los aflige. Algunos de ellos se consuelan entre sí. Uno de ellos, un hombre joven, oculta su rostro lloroso entre las manos. Otros, más allá, discuten acaloradamente. Entre todos ellos destaca un hombre que, por sus vestimentas, aparenta ser un sacerdote. “Bienvenidos a Kryos”, les dice. “Aunque estos sean tiempos aciagos. Quieran los Dioses que vuestra venida sea un buen presagio”. Se presenta como Ionestes, sacerdote de Hera. Nuestros Héroes hacen lo propio y, al sentir el nombre de Elektra, el sacerdote comenta que se trata de una curiosa coincidencia que alguien con ese nombre haya aparecido en la isla. Les explica que, en la víspera, la infame reina pirata Tesecira, junto con su tripulación, ha robado un preciado artefacto, el Pilar de las Tormentas, forjado por la mismísima Hera y que, durante generaciones, ha protegido la isla de todo mal. Para Ionestes, se trata de un castigo de la vengativa Señora del Cielo, una lección para las gentes de Kryos que, indolentes, han descuidado su culto. Elektra, la Templada en la Batalla, propone un sacrificio a Hera para congraciarse con ella. Con voz inspirada por la misma diosa, arenga a los presentes para que conduzcan un buey en procesión hasta el templo.
Hace años que no se ve una procesión similar en Kryos. El camino que sube hasta el templo de Hera se llena de píos creyentes, dispuestos a restaurar el culto a la Señora del Cielo, tal y como revelado a los Héroes en la visión de Elektra. El buey es colocado en el pedestal en el que solía alzarse el Pilar de las Tormentas. Entre alabanzas y humo de incienso, el buey es degollado y su sangre fluye escalones abajo. Ionestes sonríe satisfecho, y convida a los Héroes a quedarse una vez acaba la celebración y los procesionistas marchan. “Kryos ha vuelto su espalda a la Esposa de Zeus. Su atención está en las profundidades, solo buscan las riquezas de Hades y los ingenios de Hefesto. ¡Mirad cómo está el templo de Hera! ¡Una ruina! Si tan sólo donaran parte del oro que extraen de sus minas para restaurarlo…”
Con el propósito de convencer a la gente de Kryos para que costeen la restauración del templo, los Héroes se dirigen a hablar con Meletia, la jefa de los mineros. Son conducidos hasta su hogar, una casa más de las del pueblo. En las jambas de la puerta, unos pequeños ladrillos de oro señalan su estatus, y evidencían que el metal fluye abundante de las minas de la isla. “¿Restaurar el templo? ¿Para qué? Demasiado tiempo hemos vivido sometidos al capricho de los dioses. ¿Qué clase de niña malcriada es Hera, para traer sufrimiento a nuestro pueblo sólo porque hace tiempo que no pintamos cuatro paredes? Lo que debemos hacer es organizarnos, armarnos, fabricar defensas contra nuestro enemigo, ¡las arpías!”. Los Héroes intentan hacerle ver lo errado de su posición, e invocan la ayuda de Hera. Inspirados por ella, sus palabras son como fuego que cala en lo más hondo de la robusta minera. Por un instante, un pavo real de luz dorada se materializa en el centro de la estancia. El poder de la Diosa es tan evidente que a Meletia sólo le queda reconocer que la salvación de su pueblo pasa por comulgar con Hera. “Decidle a Ionestes que puede contar con nuestro oro”. En ese momento, un viento funesto azota puertas y ventanas. El aire de la noche se llena de risas estridentes y voces blasfemas. “¡Somos las Perras de Zeus! ¡Os sacaremos los ojos! ¡Os devoraremos las entrañas mientras suplicáis clemencia!”. Los Héroes salen rápidamente de la casa. Es una noche sin luna, clara, y llegan a ver oscuras siluetas que cubren las estrellas. “¡Rápido, al alto del templo!”, ordena Elektra.
Para cuando alcanzan la explanada del templo, las arpías han desaparecido. Todo está en calma. Los restos del sacrificio no han sido recogidos todavía. Los Héroes reparan en un sendero, esculpido en la roca, que desciende por los acantilados hasta una pequeña cala, abierta al norte, a los pies del promontorio del templo. ¿Será aquí donde atracó el barco de Tesecira?
Eurípida, movida por la curiosidad, se acerca al templo. Sus compañeros la siguen al interior. Las paredes están cubiertas de pinturas murales, un friso que explica la historia mítica de la isla. En la pared izquierda, Zeus, en forma de toro que sale de las aguas del mar, se encuentra con la ninfa Elektra, una de las hijas de Océano. Fruto de su relación nacen cuatro sirenas, una por cada uno de los vientos. Se las representa como bellas mujeres con alas de pájaro que vuelan alrededor de su madre. En la pared central, Hera, sentada en su trono de Reina del Cielo, dirige su báculo hacia la ninfa Elektra que, en la pared derecha, aparece transfigurada en el Pilar de las Tempestas. Sus hijas, ahora transformadas en horribles arpías, huyen despavoridas. En ese momento, los Héroes deciden que no basta con reformar el templo de Hera, sino que también tienen que enfrentarse a las arpías.
Sale el sol cuando los Héroes se acercan a las columnas de roca donde moran las arpías. Son conocidas como las Cuevas Celestiales, agujas de roca volcánica que desde el lecho del mar se alzan imponentes hacia el cielo. Según se acerca la nao, las arpías salen a recibirlos con una lluvia de heces y bilis. El aire es nauseabundo y, cada vez más confiadas, se lanzan en picado sobre la cubierta, arañando y mordiendo. Los marineros están aterrados. Eurípida, la Furia, dispara su ballesta contra ellas, pero son rápidas y no acierta a alcanzarlas. Agamenón agita sus dagas gemelas, pero tan solo corta el aire. Elektra, de la estirpe de Artemisa, apunta su arco a las aguas, y recita una oración a Poseidón. Cuando la mayor de las arpías pasa rasante, dispara. La flecha corta la superficie del agua, levantando una estela que acaba tomando la forma de un gigantesco brazo de agua. La descomunal mano atrapa a la arpía, arrastrándola a las profundidades por siempre jamás. Las otras tres hermanas, espantadas, huyen maldiciendo a los Héroes con la furia de Zeus, su padre.
Una vez recuperados del encuentro con el horror, los Héroes deciden explorar las cuevas en busca de botín. No será fácil, ya que se encuentran a gran altura. Elektra reflexiona, buscando la manera de fabricar un mecanismo de poleas y cuerdas para subir. Eurípida pasa a la acción, y salta del barco a uno de los pilares, clavando sus garras en él. Su ascensión es breve: las columnas son de oscura obsidiana, y de poco sirve su fuerza para agarrarse a ella. Elektra cree haber encontrado la solución cuando Agamenón, el del Piquito de Oro, ya está a punto de alcanzar la cima: ha convencido a dos marineros, hábiles en trepar por los mástiles, para que suban ellos primero y le lancen una cuerda. No encuentra botín, pero desde las alturas acierta a ver un barco que se aproxima a Kryos. Sus velas negras no engañan, es un barco pirata. Tesecira regresa a la isla.
Los Héroes sospechan que alguien en Kryos ayudó a la Reina Pirata a hacerse con el Pilar de las Tormentas. Ponen rumbo a la isla a toda vela, en lugar de perseguir el barco de Tesecira. Están seguros de que se reunirá con el infiltrado en la cala a los pies del templo, y su plan es acercarse desde tierra para descubrir de quién se trata. Cuando ponen pie en la isla son recibidos con alegría. ¡Los Héroes han derrotado a las arpías! Meletia, orgullosa, les anuncia que esa misma mañana han hecho una ofrenda de oro al templo. Pronto comenzará su reconstrucción.
Los Héroes ascienden a toda prisa hasta el templo y, sigilosamente, inician el camino de descenso a la cala. Efectivamente, el barco de Tesecira bloquea la salida al mar, y un pequeño bote de remos se acerca a él. A bordo del bote se encuentra Ionestes, que huye con el oro de la ofrenda. ¡Es él el traidor! Al mismo tiempo, algo extraño ocurre. Oscuras nubes de tempestad se arremolinan sobre el barco, cargadas de rayos y granizo. Tesecira ha conseguido despertar el poder del Pilar de las Tormentas, y pretende usarlo para arrasar Kryos y cubrir su huida. Sin dudarlo, los Héroes se lanzan a la acción.
Eurípida, la de facciones leoninas, corre por el acantilado hasta la boca de la cala, desde donde salta sobre el barco de Tesecira mientras dispara con su ballesta a los piratas. Cegada por la furia de Ares, cae al agua, decidida a arrasar con los remos de la embarcación si con ello puede frenar su huida. Sin embargo, ni con la ayuda del Dios de la Guerra podrían sus brazos partir los recios remos.
Las flechas de los piratas vuelan por doquier mientras Agamenón nada hasta el barco. El del Piquito de Oro pretende engatusar a la Reina Pirata, haciéndole creer que quieren negociar un precio por la reliquia de Hera. Invoca la gracia de Hermes, Dios de los que osan, y de los ladrones. Llega a subir a bordo. Sus gestos y sus palabras engatusan a los piratas el tiempo justo como para abalanzarse sobre el Pilar de las Tormentas y saltar con él por la borda.
Mientras tanto, Elektra, Templada en la Batalla, no está dispuesta a dejar escapar al sacerdote falsario. Llevada por los aires por el favor de Hera, desciende sobre la barca. Los remeros, aterrorizados, caen de rodillas. Ionestes intenta saltar por la borda, pero Elektra lo frena. “No, aún no podrás gozar de la muerte. Primero tendrás que responder de tus actos”.
El pesado Pilar de las Tormentas arrastra a Agamenón hacia el fondo del mar. Muy a su pesar, debe soltarlo. Antes de volver a la superficie puede ver cómo se pierde en las profundidades del reino de Poseidón. La veterana tripulación de Tesecira lo tiene a tiro, y las flechas vuelan a su alrededor. Nada hasta situarse a la popa y trepa por ella, pero no tiene dónde ocultarse y los piratas lo arrojan de nuevo al mar.
Mientras tanto, Eurípida, la Furia, arremete contra la propia Tesecira, una mujer colosal, de piel negra y largo pelo trenzado. La hija de Ares embiste a la Reina Pirata, pero esta es hábil: no sólo consigue esquivarla, sino que de una certera patada la lanza por la borda. Nuestros Héroes ya no pueden hacer nada para detener el barco. Los galeotes ya reman con todas sus fuerzas, mientras que desde cubierta los piratas disparan flechas ardientes contra el bote en el que se encuentran Elektra e Ionestes. La Templada en la Batalla invoca la protección de los Dioses una vez más, y las flechas estallan contra una capa invisible que la cubre a ella y al sacerdote, no así a los piratas que remaban en el bote, que sufren una horrible muerte. Tesecira consigue escapar, pero los Héroes han salvado Kryos de la destrucción.
“Ionestes pagará su engaño. Trabajará en la reconstrucción del templo, primero, y después, hasta su muerte, como un esclavo en las minas”, sentencia Meletia. Las gentes de Kryos celebran el desenlace, aunque sin el Pilar de las Tormentas su futuro ya no es tan seguro como su pasado. Las arpías han huido, pero podrían volver sedientas de venganza. Y lo mismo puede decirse de Tesecira, especialmente después de tener que huir con las manos vacías. Si tan sólo los Héroes pudieran quedarse en Kryos… Pero esta isla no es su hogar, y ya ponen rumbo a su nuevo destino.
En el cielo, dos estrellas de la constelación de Hera brillan esta noche. Se han ganado el favor de la Diosa, y esta los guiará en sus viajes. Pero Zeus, furioso, también los observa, planeando cómo ejecutar su castigo.