Warhammer Fantasy – Informe de Batalla de Nuntius

Warhammer Fantasy – Informe de Batalla de Nuntius

Nuestro amigo Nuntius nos hace llegar otro informe de batalla, siguiendo la historia de los hombres lagarto mientras se adentran en los inospitos desiertos del enemigo… Nuevamente, la idea es hacer un reporte de batalla habitual, condimentandolo con un poco de narrativa, pero siempre intentando que se entienda bien que pasó en terminos de juego..

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Hombres Lagarto vs Guerreros del Caos (Primera Parte) – Autor: Nuntius

“Los días pasaron y tras tortuosas marchas a la sombra de las imponentes montañas, la comitiva de Lustria consiguió salir del Desfiladero de los Cráneos. Una gran planicie se encontraba ahora frente a ellos, lugar de reposo de incontables ruinas y edificaciones, todas ellas símbolo y testamento de los malignos prodigios llevados a cabo por caóticos heraldos.

Tlaloc se mostraba frío pero dubitativo. Los desiertos del caos son lugares plagados por la irracionalidad y las formas imposibles que adornaban las estructuras eran un mal augurio para alguien instruido en leer portentos.

Avanzando constantemente en formación y esperando al enemigo en cualquier momento, el ejército de pieles escamosas se desplazaba como si conociese el lugar, como si cada paso en esta adversa tierra hubiese sido calculado y escrito hacia milenios, en doradas placas que amurallaban recámaras.

Finalmente llegaron a su objetivo: una enorme torre, lisa y austera, carente de cualquier tipo de marca o identificación a excepción de su cumbre en forma de estrella. No había puertas, ni ventanas, ni ningún método evidente de acceso a aquella estructura, negra como la noche y alta hasta el cielo, en la que muchos caminos (que a veces desaparecían bajo el polvo y la tierra acumulado en siglos, para reaparecer un par de metros más adelante) parecían encontrarse. Y no eran solamente los caminos los que se dirigían hacia aquella Torre, los mismísimos vientos de la magia parecían arremolinarse allí, golpear con fuerza los lisos muros, como atraídos por algo. Algo que Tlaloc había sido enviado a recuperar.

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Pero Tlaloc no era el único citado a aquel espectáculo de demencial arquitectura y a medida que sus fuerzas se acercaban, más fuerte y más recurrentes se oían los gritos de cuernos y tambores, los cánticos de hordas enfurecidas, las exclamaciones que jactaban, en demoníaca repetición: “Sangre para el Dios de la Sangre. Cráneos para el trono de Khorne”.

Desde la profundidad del terreno, entre la penumbra de la constante noche, surgían los estandartes del Dios de la Sangre, portados por una enorme hueste de hombres similar a la anterior en número y composición, pero mucho más exaltada, mucho más decidida. Khorne enviaba a sus fanáticos a la guerra.

La vanguardia estaba compuesta por muchísimos bárbaros pintarrajeados completamente en rojo con armaduras adornadas con cráneos y otros trofeos. También había un grupo de fanáticos asesinos, príncipes guerreros protegidos por las mejores armaduras en tonos carmesíes, con un arma en cada mano y un estandarte en cada fila.

A su flanco, los mejores de ellos, los más temerarios y más tenebrosos, montaban en los caóticos caballos que su Dios les había concedido, recompensa a su poder y su maldad. ¡Incluso algunos bárbaros, habitualmente menospreciados por sus superiores, se habían hecho con algunos caballos, y habían grabado en sus frentes y costados la impía marca del Dios de la Sangre!

Toda la hueste avanzaba entonando la sangrienta consigna, todos al unisonó mientras marchaban hasta detenerse de repente en un completo silencio sincronizado, pocos metros por delante de la codiciada Torre.

Fue entonces cuando, de entre las sombras, surgió un hombre más robusto y enorme que los otros hombres, con una espada dentada que liberaba un tenue fulgor en la diestra y su casco en la zurda, mostrando su deformado rostro, profanado o bendecido según se viese, por los “regalos” de su Dios. Fue su estremecedor grito lo que rompió el gélido silencio, una gutural sentencia en la que prometía venganza por su difamación pasada y una salvaje masacre.

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Se trataba, como luego sabría Tlaloc, de Maladar “El Campeón”, uno de los cuatro sobrevivientes del anterior enfrentamiento. Exaltado por las mutaciones que su amo le otorgó, solo le había tomado un par de días el encontrar y descuartizar a un general de la zona. Tras consagrar a todas sus tropas al Dios de la Sangre, le demandó a este las fuerzas para concretar su venganza. Maladar había gastado el resto de su tiempo en movilizar a sus hombres buscando el paradero de los odiados lagartos. ¿Había sido casualidad o destino lo que volvía a cruzar los caminos de estos dos ejércitos, de sus dos generales?

Tlaloc, por su parte, había tenido que recomponer su línea de choque con las reservas de su expedición. Lo-Tax se había recuperado de sus heridas y el chamán eslizón le había encomendado el especial cuidado y manejo de un imponente estegadón. Si bien Tlaloc tenía planes a futuro para esta antiquísima criatura, también velaba por la seguridad del guerrero eslizón, que batalla a batalla se ganaba su simpatía.

Con la muerte de Krolak en la batalla anterior y la destrucción de todos sus guerreros, el chamán eslizón se había visto forzado a llamar a las tropas de Gor’Khatax, uno de los guardianes predilectos del Gran Sacerdote Slann.

Cuenta la leyenda que, cuando Marcus Von Richter consiguió abrir el caótico portal que devastaría la ciudad templo de Xal-Tapi¹, un ejército demoniaco se apartó de allí y asaltó la cercana Ciudad de los Vientos. Ésta, al tener la mayoría de sus falanges luchando en Xal-Tapi, se había mostrado incapaz de detener el avance enemigo y pronto un grupo de demonios consiguieron penetrar en los pozos de desove. Fue entonces cuando, acorde a antiguas profecías, Gor’Khatax se engendró y, con poco segundos de vida, consiguió expulsar a los enemigos del pozo de desove y reorganizar las restantes tropas lagartas en una defensa que consiguió ganar tiempo hasta el retorno de los ejércitos autóctonos de la ciudad.

Desde su profética defensa, Gor’Khatax se había probado repetidas veces en el campo de batalla, mostrándose mucho más apto que algunos saurios con varias centurias más que él y sin embargo se postraba silenciosamente frente a Tlaloc, en ciega obediencia a la orden de los Grandes Sacerdotes.

Además de estas personalidades, las dos escuadras de cazadores eslizones habían reavivado sus números y se apresuraron a tomar la vanguardia, escudando los saurios de Gor’Khatax y el estegadón de Lo-Tax. Asimismo, cuatro batidores habían conseguido amaestrar la enfurecida salamandra de la batalla anterior y pretendían aprovecharla en este combate.”

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